Publicado en el Diario de Centro América el 26 de agosto de 2016
Esta razón ha llevado a
muchas personas de la tercera edad a padecer de profunda depresión y en casos
extremos a quitarse la vida.
En Guatemala hay dos tipos de ciudadanía: los ciudadanos
plenos y los ciudadanos a medias. Los primeros son aquellos que gozan de todos
sus derechos y deberes constitucionales. Los segundos, mediante subterfugios
legales y prácticas insanas han perdido ciertos derechos,
tal es el caso de los adultos mayores.
Llegar a 65 años en nuestro país significa resignarse a que
ciertos derechos se le nieguen y pasar a condición de lo que eufemísticamente
se le llama “clases pasivas”. Disminuidos en su salud física, después de haber
acumulado una enorme cantidad de años de trabajo y contribución al estado, los
adultos mayores tienen que sufrir el denigrante trato de no ser aceptados o
hacerlo a medias, en diferentes actividades.
En los puestos de trabajo no tienen cabida en la mayoría de
casos. Lo siento mucho, usted ya no califica para el puesto. En las
instituciones financieras ya no son sujetos de crédito. ¿La razón? Tener 65
años y aunque quieran hipotecar una propiedad para obtener un préstamo, a
riesgo de perderla, las ventanillas están cerradas. Si la consulta se hace vía
telefónica, al otro lado de la línea responderá un empleado con tono de
indiferencia, siguiendo el patrón de la exclusión, que ya no es sujeto de
crédito debido a su “avanzada edad”.
A los ancianos de escasos recursos el panorama no les pinta
nada bien. En muchos casos la propia familia los abandona a su suerte,
desechados como un mueble viejo, inservible. Y no digamos aquellos que padecen
alguna enfermedad que no les permite valerse por sus propios medios. Existen
muchas denuncias sobre el mal trato que algunos choferes dan a los ancianos
cuando presentan su carnet para viajar sin costo en el transporte público.
¡Y qué decir del calvario que a diario sufren en las
instituciones de servicio público! Para muestra, basta con acercarse a centros
de salud como el IGSS y los hospitales públicos para darse cuenta de los
cientos de ancianos que demandan ser atendidos sin resultados positivos.
Pareciera que llegar a 65 años es el camino sin retorno a dejar de vivir una
vida ciudadana plena, o al menos, reclamar todos los derechos vigentes en la
Constitución de la República y en los tratados internacionales.
El sistema se encargará de expulsarlo y descartarlo como
pieza laboral, orillándolo, por acción u omisión, a sentir que ya no es útil a
la sociedad, y a veces, que ya no es útil a la vida misma. Esta razón ha
llevado a muchas personas de la tercera edad a padecer de profunda depresión y
en casos extremos a quitarse la vida.
Somos una sociedad insensible que ha perdido la capacidad de
ser solidaria. No sé dónde perdimos el rumbo. Recuerdo aquellos años donde los
ancianos eran el epicentro del hogar. Alrededor de ellos transcurría la vida
familiar, y no por medios autoritarios sino porque inspiraban lo mejor de las
relaciones de afecto. Dichosos aquellos hogares que aún mantienen esta
filosofía del amor y ven en un anciano, la oportunidad para obtener
conocimiento y experiencia de vida.