Publicado el Diario de Centro América el 26 de junio de 2015
En mi Práctica Docente (1973)
Siempre he considerado
que un alumno es la arcilla primaria donde los maestros plasmamos nuestras
huellas.
En mis años de estudiante tuve maestros que fueron para mí un
punto de inspiración. En la primaria, doña Zoila Evangelina Reyes de Ramos; en
la secundaria, don Ricardo Ibarra y don Antonio Martínez; en la Universidad de
San Carlos, el maestro Roberto Cabrera Padilla. Todos ellos llenos de un
profundo humanismo y vocación docente. Su recuerdo trasciende los linderos de
mi memoria.
Este 25 de junio celebramos el día del maestro. Hoy quiero
recordar a los miles de alumnos a quienes he tenido el honor de atender en los
niveles primario, secundario y superior. A decir verdad, he tenido estudiantes
de 6 a 85 años. Aun recuerdo aquellos rostros infantiles que entre lágrimas y
llanto se negaban a quedarse en las aulas. Meses después me abrazaban con
aquella ternura infantil de indescriptible belleza. En la USAC, el primer día
de clases, aquellos rostros ancianos que tímidamente me saludaban y al final
del semestre, me agradecían mis servicios. ¡Y qué decir de los jóvenes cuyo
rostro ha sido una mezcla de duda y desafío por el nuevo maestro!
En estos 42 años de docencia, he visto desfilar innumerables rostros,
niños, jóvenes, adultos, ancianos; y no he visto obra más satisfactoria que
cambiar esos rictus de desconfianza y seriedad por actitudes llenas de
amabilidad y cariño. A veces me encuentro por la calle a personas que fueron
mis alumnos en cualquier momento de su vida: abogados, arquitectos, médicos,
ingenieros, comunicadores, empresarios, y un sinfín de profesiones que sería
largo enumerar. Y la mayor recompensa que un maestro puede recibir son aquellos
recuerdos que un exalumno hace de su paso por nuestras cátedras. Y aquellas
miradas que los vuelve a ser niños y adolescentes ahora en cuerpos que el
tiempo ha cambiado.
¿Ha valido la pena estos 42 años que he puesto los pies en
las aulas en forma ininterrumpida? Estoy seguro que sí. Durante muchos años de
vida magisterial tuve una triple jornada de trabajo y he tenido la dicha de
contar por miles a mis alumnos. Todos potenciales hombres y mujeres de bien, ayer,
hoy y siempre. No hay mayor fortuna que sentirse arropado por su gratitud y
reconocimiento. No recuerdo a ningún estudiante que me haya insultado; y a
decir verdad, tampoco recuerdo haber insultado a alguno. ¿Regaños?, sí, y
muchos. En mi desesperación por hacer de ellos mejores personas, he llamado
muchas veces la atención cuando ha sido necesario; en mis primeros años de
ejercicio docente algunas veces apliqué la regla como castigo. Hoy me
arrepiento de esto.
Este 25 de junio, día del Maestro, he renovado mis votos magisteriales;
y he elevado mis ruegos al Creador para que me permita la gracia de estar en
las aulas por algunos años más, tanto en salones físicos como virtuales, la
experiencia es igualmente hermosa. Siempre he considerado que un alumno es la
arcilla primaria donde los maestros plasmamos nuestras huellas. Ojalá estas
huellas sean de provecho para la Nación.